Marina González Villanueva
Profesora de Asignatura Virtual
Maestría en Educación
Universidad Virtual del Estado de Guanajuato
Artículo internacional
Este documento fue originalmente escrito por su autor en inglés. Puedes consultar el escrito original aquí.
Mi nombre es Marina González y soy asesora de la maestría en educación de la UVEG. Actualmente estoy realizando una estancia postdoctoral en la universidad del Witwatersrand en Johannesburgo, Sudáfrica y quiero aprovechar este espacio para compartir con ustedes las enseñanzas que esta pandemia me ha dejado al vivirla desde un país tan lejano, pero con muchas similitudes al nuestro.
Llegué a Sudáfrica con miles de expectativas, había ganado una beca para realizar una estancia postdoctoral de un año y el futuro se veía lleno de posibilidades. Posibilidades que se desbarataron en dos semanas, pues justo a las dos semanas de haber arribado a este hermoso país, el presidente declaro estado de emergencia nacional.
En ese momento no había más de 200 casos, pero en un país donde el VIH ha dejado una gran devastación, querían ser precavidos. Así que se ordenó una de las cuarentenas más estrictas de todo el mundo, se prohibió la venta de alcohol, de cigarro, e incluso de comida caliente (como la que suele venderse en los supermercados) y se establecieron toques de queda estrictos.
Primero pensé que esto pasaría rápido (fui muy ingenua), después creí que la pandemia arruinaría todo mi proyecto de investigación (también fui ingenua), pero al final me di cuenta de que esta pandemia me permitiría experimentar el país y sus modelos educativos de una manera totalmente diferente e interesante.
Después de que se detectaron los primeros casos de Covid-19, la universidad en la que estoy trabajando anunció que cerraría sus puertas “por unos días” pero hasta el día de hoy no se han reanudado las actividades con normalidad.
Este cierre de puertas no solo implicó que miles de estudiantes se quedaran sin escuela, sino que también cientos de ellos se quedaron sin hogar, pues cerraron los dormitorios escolares, y los estudiantes tuvieron que regresar a vivir con sus familias, y en varios casos esto implicó regresar a vivir a su país de origen.
Para los estudiantes más jóvenes la experiencia fue diferente. Durante los primeros meses de la pandemia todas las escuelas cerraron, pero los alumnos fueron regresando de manera progresiva y para la segunda mitad del año pasado la mayor parte de los alumnos habían regresado a la normalidad.
En el país con el mayor índice de desigualdad económica en el mundo (según el Banco Mundial), la educación no es más que un reflejo de ello. Mientras que muchos niños y jóvenes sudafricanos pueden acceder a internet de alta velocidad desde la comodidad de su hogar, muchos otros, no solo no cuentan con servicio de internet (que en este país en un servicio muy costoso), sino que tampoco cuentan con infraestructura básica en sus hogares, e incluso muchos de ellos dependen de los alimentos que reciben en la escuela para poder contar con una alimentación suficiente.
Las autoridades educativas de este país pusieron en marcha estrategias de educación que incluían programas de radio y televisión, pero rápidamente se volvió obvio que estos esfuerzos no rindieron mucho fruto.
Después de 25 años del fin del régimen del apartheid, Sudáfrica sigue sufriendo las secuelas, ahora será cuestión de esperar y ver que si estás secuelas no se agravan en los tiempos post-pandémicos.
Hoy estamos experimentado la segunda ola de contagios. Con cerca de 20 mil contagios diarios en los peores días, y la mitad de la población que México, el índice de contagios en este país ha vuelto a alarmar a las autoridades, quienes, entre otras cosas, ha pospuesto el regreso de los estudiantes al nuevo ciclo académico.
Respecto al proyecto de investigación que me trajo a este país, tuve que cambiar la metodología y la perspectiva, pero aprendí, al igual que muchas personas el año pasado, que existen miles de herramientas digitales que fueron creadas para hacernos la vida más fácil, y que simplemente habían sido ignoradas por preferir la manera “tradicional” de hacer las cosas.
También he visto el lado bueno de esta terrible situación mundial. Investigadores de todos los rincones del mundo, con los que comparto la misma metodología, comenzaron a tender verdaderas redes de apoyo académico, desde aquellos que compartieron, de manera gratuita, software creado por ellos, hasta los que se dieron el tiempo de contestar por correo electrónico todas las dudas que tenían los novatos como yo. Otra manera de ser cercanos en la distancia.
Queda ahora preguntarnos que depara el futuro para nuestras dos naciones, tan distintas en cultura, pero tan similares en desigualdad. Por mi parte, prefiero apostarle a un futuro cada vez mejor, pues si algo he aprendido de la historia de nuestros dos países, es que nos define la resiliencia de nuestra gente; personas que han enfrentado las situaciones más desafiantes y han salido fortalecidas. Estoy segura de que esta pandemia no será la excepción.
Sobre el autor
Marina González Villanueva
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Doctora en Psicología por la Universidad Autónoma de México (UNAM), investigadora postdoctoral en la Universidad de Witwatersrand, Sudáfrica. Su principal línea de investigación es el estudio de las actitudes intergrupales, utilizando metodologías mixtas. Se especializa en el estudio del conflicto intergrupal, con énfasis en la conducta de grupos minoritarios.
Ha planeado y dirigido proyectos de investigación e intervención interdisciplinar relacionados con la educación y la psicología educativa. Al margen de su actividad de investigación, también se desempeña como asesora de la maestría en educación de la UVEG.
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